Por Pedro Lopez Lopez
Tenemos el permiso de este autor para publicar el siguiente artículo en el blog, que escribió como respuesta a otro aparecido en el Diario Expansión (ed. impresa) y que firmaba el abogado «Luís Baz y Baz» (Elzaburu). Pedro nos comentaba que enviaría su artículo al Diario pero que le parecía difícil que lo publicasen («enviaré estas reflexiones a ‘Expansión’, pero francamente creo difícil que las publiquen»). Nosotros desde aquí hemos querido hacernos eco del mismo:
En relación al artículo de Luis Baz y Baz, publicado en el suplemento jurídico del periódico «Expansión», me gustaría hacer algunas consideraciones. Tras una cita de Borges (como si Borges respaldara sus argumentos; aunque en caso de que fuera así, tampoco creo que sea para echar las campanas al vuelo: también Borges apoyó a Videla y a Pinochet), el autor comienza diciéndonos que «œel tema no es nuevo» y que «œuna vez más se cuestiona el mal llamado canon». La verdad es que los que estamos contra él quizás no hemos encontrado cuál es el término correcto. A mí no me importa que me ilustre algún entendido «“puede ser él mismo, naturalmente- sobre cuál es el término exacto para referirse a la exacción que nos ocupa. Lo que sí tengo claro es que el tema es totalmente nuevo en nuestro país: nunca una biblioteca ha sido gravada por prestar libro. Es así de sencillo. El tema ES nuevo en nuestro país.
El señor Baz nos manifiesta su más absoluta perplejidad por la actitud de los que nos oponemos a esta medida novedosa (por mucho que él diga que no lo es). Yo no entiendo de dónde proviene su perplejidad, pero sí me sorprende que esté tan perplejo. A mí no me provoca ninguna perplejidad leer sus argumentos, y los comprendo, ya que el señor Baz es abogado de un bufete que defiende el actual modelo de propiedad industrial e intelectual, modelo que desde los imovimientos sociales y desde multitud de ONG está radicalmente cuestionado (véase el ruido mediático que han provocado algunos casos de patentes en el ámbito farmacéutico, en las que hemos visto obscenamente defender a través de la propiedad industrial/intelectual sus intereses a las industrias farmacéuticas, con su cohorte de superabogados a la cabeza, frente a no importa cuáles costes sociales en términos de enfermedad y de vidas humanas).
Más adelante manifiesta una sorpresa «œtodavía mayor» comprobando que todo proviene de una directiva del año 1992, «œy no de las presiones o caprichos de las entidades de gestión». Caramba, esto es como tener un elefante delante y no verlo: claro, hay que estar ciego. ¿Por qué habremos estado «œdelinquiendo» quince años en este país, teniendo a superabogados como él que nos lo podían haber explicado. ¿Por qué han tardado tanto en reaccionar? Si el asunto está tan claro, ¿por qué seremos tan zoquetes los que no lo entendemos? ¿Habría que incluir en esta categoría no sólo a mí, que no tengo ningún problema en reconocer mi zoquetería en estos asuntos, sino al mismísimo rector de la Universidad Complutense, catedrático de Economía y decano de la Facultad de Económicas durante catorce años? ¿Habría que incluir aquí también al premio Nobel José Saramago, eminente autor? ¿Habría que incluir también a decenas de escritores que apoyan este movimiento? ¿Cómo es que no se dejan convencer por las entidades de gestión y sus brillantes abogados?
Pero no me gusta recurrir exclusivamente a argumentos de autoridad. La cuestión, señor Baz, es que la lógica de los servicios públicos es una y la lógica mercantil es otra. Y muchos ciudadanos no queremos que la lógica mercantil entre en los servicios públicos, ya que éstos son un mecanismo de corrección de los graves desequilibrios e injusticias que produce el mercado. ¿Sabe por qué pasan hambre y por qué no tienen acceso a la educación y a la cultura cientos de millones de personas en todo el mundo? Por una lógica económica defendida a capa y espada por bufetes de abogados que asesoran a los grandes poderes económicos y que va derribando los servicios públicos para proteger al «œmercado», sean cuales sean los costes sociales. Y estos costes, señor Baz, son vidas humanas en millones de casos, y vidas en la más absoluta miseria y desesperanza para millones y millones de personas.
Por último, señor Baz, le diré que, como autor que también soy, no he dado ni daré permiso a nadie para recaudar dinero en mi nombre, ni por fotocopias ni por préstamo de libros ni de artículos de mi autoría.
Ustedes sigan defendiendo lo suyo, pero no simulen que no nos comprenden.
Pedro López López